¿Qué coincide con tu carácter?

Emma se miró en el espejo, sus ojos verdes reflejando una inquietud que no podía ignorar. Se sentía atrapada en un bucle, repitiendo las mismas acciones, las mismas opiniones, como si siguiera un guion invisible. Un guion que, de repente, la sofocaba.

"¿Es esto realmente lo que creo?", se preguntó. "¿O son solo ideas heredadas, patrones aprendidos a lo largo de la vida sin cuestionarlos?". La incomodidad crecía dentro de ella, como una semilla a punto de germinar.

Decidida a romper con el pasado, Emma comenzó a cuestionar todo. Leyó libros que desafiaban sus creencias, conversó con personas de diferentes perspectivas y se atrevió a explorar ideas que antes le parecían descabelladas. Al principio, fue un proceso doloroso. Sentía como si su mundo se derrumbara a su alrededor, pero no se rindió. Con cada pregunta, cada duda, cada nueva perspectiva, Emma se iba liberando del guion invisible. Poco a poco, sus propias ideas comenzaron a florecer. Ideas firmes, auténticas, que provenían de su propio ser.

Su nuevo carácter, forjado a base de reflexión y autoconocimiento, se convirtió en un escudo protector. Ya no se dejaba llevar por las tentaciones del mundo, por las relaciones tóxicas o los trabajos que la llenaban de vacío. Sabía lo que quería, en qué creía y por qué. Emma había aprendido que la verdadera educación no reside en la acumulación de conocimientos, sino en el cultivo del pensamiento crítico y la valentía para cuestionar lo establecido. Su viaje de autodescubrimiento la había convertido en su propia guía, dueña de un destino que solo ella podía escribir.

Su historia sirve como un recordatorio para todos nosotros: no nos aferremos a guiones invisibles. Atrevámonos a cuestionar, a explorar, a descubrir nuestra propia voz. Solo así podremos construir una vida auténtica, libre de las ataduras del pasado y llena de las infinitas posibilidades que ofrece el futuro.

Bajo el manto estrellado

La noche caía sobre la pequeña aldea, envolviéndola en un manto de terciopelo negro salpicado de diamantes. Lucía, una joven de ojos grandes y tez bronceada, se alejó del bullicio del pueblo y se dirigió hacia las afueras, donde la única luz era la que provenía del cielo.Se sentó sobre una roca lisa, dejando que la brisa fresca acariciara su rostro. A su alrededor, el silencio era ensordecedor, roto solo por el canto de los grillos y el leve crujir de las hojas bajo sus pies. Alzó la vista hacia el cielo, y quedó cautivada por la inmensidad del cosmos. Millones de estrellas brillaban con una intensidad que parecía desafiar la oscuridad. Lucía se sintió pequeña, insignificante, una mera mota de polvo en el vasto universo. Sin embargo, esa pequeñez no le provocó miedo, sino una profunda sensación de paz y conexión. Recordó las palabras de Séneca: "Mundus ipse est ingens deorum omnium templum". El mundo era un templo, un lugar sagrado donde habitaban los dioses. Y las estrellas, con su luz eterna, eran los faros que guiaban a la humanidad.

Lucía cerró los ojos y respiró hondo, sintiendo la energía del universo fluir a través de ella. Se sentía parte de algo más grande, algo que la trascendía. Las preocupaciones del día a día se desvanecieron, reemplazadas por una sensación de calma y plenitud.  Permaneció así durante un largo rato, absorbiendo la belleza del cosmos. Cuando finalmente abrió los ojos, se sintió renovada, llena de una nueva perspectiva sobre la vida. La inmensidad del universo le había recordado la importancia de la humildad, la gratitud y la conexión con algo más grande que uno mismo. Alcanzó una pequeña flor silvestre que crecía cerca de ella y la guardó en su bolsillo, como un símbolo del regalo que había recibido esa noche. Se levantó de la roca y regresó a la aldea, con el corazón rebosante de paz y la mente llena de estrellas. A partir de ese día, Lucía nunca volvería a mirar el cielo de la misma manera.