En la inmensidad del océano, bajo un cielo teñido de auroras rosadas, emergió Venus, nacida de la espuma del mar. Su piel brillaba con un resplandor dorado, y su cabello, ondulado y largo, danzaba al ritmo de la brisa marina. Los dioses y las diosas observaban desde el Olimpo, maravillados por su belleza incomparable.

Venus, de pie sobre una concha gigantesca, avanzaba lentamente hacia la orilla. El agua la rodeaba en un abrazo delicado, reflejando su imagen divina. A cada paso, el mar parecía reverdecer, llenándose de vida y color.

En la playa, esperaban las Horas, diosas del tiempo, con un manto adornado con flores primaverales. Con gracia y reverencia, envolvieron a Venus, protegiéndola del aire frío de la mañana. Al tocar la tierra, su presencia transformó el lugar, haciendo florecer la hierba y los árboles en un estallido de colores y aromas.

La diosa del amor y la belleza, consciente de su destino, se preparó para llevar el encanto y la pasión al mundo de los mortales. Su llegada prometía despertar corazones, inspirar artistas y poetas, y recordarle a la humanidad la eterna búsqueda de la belleza y el amor puro. Así, Venus, la recién llegada, inició su viaje en el mundo terrenal, dejando tras de sí un legado que perduraría por siglos.